8 jul 2007

Poema del presidente de la SGI, Daisaku Ikeda
Martes 13 de marzo de 2007

CANTAR DE LA INSEPARABILIDAD ENTRE MAESTRO Y DISCÍPULO: ODA A MI MENTOR, JOSEI TODA
por Daisaku Ikeda

Mi mentor fue un hombre
de inteligencia profunda;
la suya fue una vida
de humano y compasivo amor.
Era severo
mas irradiaba bondad.

En su pecho palpitaba
a cada instante
un espíritu de lucha irrefrenable
contra la corrupción y el mal:
¡fue un defensor de la justicia!

Conocí a este gran mentor
a mis jóvenes
diecinueve años.
¿En qué lugar?:
En el distrito de Ota.

Bastó un solo instante
para que sintiera el abrazo
de ese hombre
de corazón de león.
Y ese día, allí sentado
ante Josei Toda,
lloré por su lucha,
lloré por su dedicación infatigable
a la Ley y la verdad.

En su vida
siempre resplandecía
la más noble convicción.
Su profunda postura de fe
me permitió apreciar
cuán ardiente era su amor compasivo.

Cada día
fue para él
una sucesión interminable
de adversidades,
una lid perpetua
contra la traición y la mala fe,
una lucha por sostener
la ruta de sus convicciones
frente a los golpes de la difamación
y a las críticas impías.

La sola mención del nombre “Soka”
era suficiente para provocar
en muchos
un sinfín de maldiciones e insultos.
De puro ignorantes,
los japoneses de mentalidad cerrada
nos trataban con aversión,
sorna y desprecio:
¡ah, este país tiende a aborrecer
a los hombres de convicciones
y de principios,
a quienes, por justicia,
más debiera valorar…!

Y sin embargo,
en esta atmósfera,
mi mentor, Josei Toda,
lideró la gran marcha del kosen-rufu
a veces, con afectuosa sonrisa,
a veces, armado de graves palabras,
y por momentos, exultante,
riendo a carcajadas,
alegre y cordial.
Él no temía nunca a nada…

Fue un mentor
de sabiduría penetrante.
Jamás dejó pasar
una sola mentira o falsedad.
Y cuando profería
su leonino rugido de condena,
hasta el más corrupto y arrogante
invariablemente se echaba a temblar.

Mi maestro
tenía una sonrisa humana y sincera,
que, como brisa de la primavera,
derretía los corazones
helados por el sufrimiento
y la desazón.
Como el sol,
generosamente se brindaba a todos;
contagiaba a la gente
una fuerza inagotable
para seguir viviendo,
con la luz de su esperanza
y de su valor.

Inseparabilidad
de maestro y discípulo:
la clave del kosen-rufu.
existe en este lazo.

Por mucho que se diga,
la relación de maestro y discípulo
es indestructible y eterna.
Discípulo y mentor
están unidos por lazos adamantinos,
lazos de vida a vida,
que van desde el pasado hasta el presente
y se extienden hacia el porvenir.

En el Sutra del loto
hay un capítulo:
“La parábola de la ciudad fantasma”.
Allí se menciona,
inequívocamente,
a los discípulos que siempre renacen
en compañía de sus maestros
en las muchas tierras de buda.
[1]

Nosotros siempre,
en cada época y en cada existencia,
renaceremos junto a nuestro mentor,
lucharemos junto a nuestro mentor,
triunfaremos junto a nuestro mentor,
sin dejar de avanzar
eternamente
por la noble y anchurosa
vía del kosen-rufu.

El maestro Toda
prestó servicio abnegado
y apoyo devoto
a su mentor, Tsunesaburo Makiguchi,
quien practicó
fielmente las enseñanzas
del Daishonin
y encarnó sus palabras:
“Sin tribulaciones,
no habría devoto del Sutra del loto”.
[2]

Se sintió dichoso
de acompañar a su maestro
a la cárcel
y de enfrentar adversidades
en nombre de la Ley.
En plena Segunda Guerra Mundial,
mi justo y recto mentor
pasó dos años recluido en prisión:
así perseguía la nación, sin piedad
al hombre que tanto trabajaba
por la gran verdad
y por el bien supremo.

En ese sitio, encarcelado,
falleció Tsunesaburo Makiguchi,
el primer presidente de la Soka Gakkai.
Mi maestro, Josei Toda,
juró que el nombre de su mentor
sin falta sería reivindicado.
Furioso, indignado,
este paladín del humanismo
declaró que se convertiría
en un intrépido combatiente de la verdad;
que libraría una batalla implacable
contra los enemigos inescrupulosos
que habían perseguido
a su noble mentor:
esta proclama
es un célebre hecho de la historia.

Recluido en su celda,
experimentó una profunda revelación:
percibió que el Buda
era la vida misma
y descubrió que su propia identidad
era la de un Bodhisattva de la Tierra.
Al recuperar la libertad,
se halló completamente solo
en las ruinas de una Tokio devastada,
y allí juró que la Ley Mística,
ampliamente, se dedicaría a propagar.

El mentor,
resuelto a difundir el budismo del Daishonin
con devoción altruista,
buscó jóvenes que izaran
el estandarte de la verdad y la justicia;
esperó con ansiedad
que surgieran discípulos
capaces de luchar
sin escatimar la vida.

Mi vida ha sido moldeada
por mi amado mentor,
y ha sido moldeada
por la Ley Mística.

El 14 de agosto de 1947
se produjo nuestro encuentro,
maestro y discípulo
en esta existencia.
Ese día, en aquel instante,
el corazón ese mentor
y el de ese discípulo
desde el remoto pasado
se unieron poderosamente
y echaron a girar
de nuevo
la rueda de la Ley de la Soka,
dejando oír
el canto de un compromiso compartido.

Se abrió el telón
de mi juventud
digna y gloriosa.
Durante once años
—tres mil ochocientos ochenta y cinco días—
serví a mi mentor
con devoción pura, absoluta y sincera,
hasta que él falleció
el 2 de abril de 1958.

Año tras año,
el número de discípulos creció.
Y en directa proporción,
cobraron intensidad
las persecuciones injustificadas.

“Cuando uno decide ser discípulo […]
del devoto que practica
el verdadero Sutra del loto
de acuerdo con las enseñanzas del Buda,
se expone a enfrentar
tres clases de enemigos”.
[3]
El camino de maestro y discípulo
está sembrado de graves pruebas
y de una gran adversidad.

¡Cuán temible puede ser
el corazón humano!
Los negocios del maestro Toda
se desplomaron
despeñando una avalancha de deudas.
Expuestos al público oprobio,
los máximos dirigentes de la Soka Gakkai
fueron los primeros en abandonarlo,
olvidando lo mucho que le debían;
se marcharon de repente
con gestos de burla y de desdén,
borrándolo todo,
con la ingratitud más abominable.

Todos sus otros discípulos,
sacudidos,
se entregaron a la duda.
Y lo más deplorable
es que muchos que desertaron
eran dirigentes…
Con lágrimas de amarga frustración
entendí cuán bajo era su valor
y pensé:
“¡Ya lo lamentarán algún día…!”

Su único discípulo,
el más amado, juró:
“Aunque todos los obstáculos
se ensañen conmigo,
haré cuanto esté en mi poder
por proteger a mi maestro
hasta el final de mis días.
No me preocupa la riqueza.
Dedicaré la vida entera
a cumplir las instrucciones
de mi mentor”.

¡Qué discípulos débiles!
¡Qué discípulos sin fe!
¡Qué arrogancia y qué frivolidad!
¡Qué mezquindad humana!
En su conducta
no hubo el menor gesto
remotamente noble o decente;
trastornados por la cobardía,
actuaron con total depravación.

El discípulo exclamó
su promesa más solemne,
como un león rugiente
dirigiéndose a los cielos.

¡Ah, necios e innobles desgraciados!
¡Las deidades universales
jamás les brindarán protección!
¡Qué miserables y patéticos son!
Sufrirán, eternamente,
mayor escarnio y agonía
que un ladrón convicto
frente a la multitud!

Estos individuos,
incapaces de tener fe sincera,
no pudieron valorar al señor Toda
como su mentor.
Burlándose de su temperamento
espontáneo y libre de impostura,
nunca intentaron comprender
su verdadera identidad,
la de un maestro del kosen-rufu.

Nikko Shonin declaró:
“El Daishonin enseña a seguir
correctamente el camino
de mentor y discípulo
para lograr la Budeidad”.
[4]

Yo, discípulo directo de mi maestro,
no cabía en mi indignación.
Y, sólo, sin depender de nadie,
tomé una determinación profunda:
¡daría todo de mí
para proteger rigurosamente a mi mentor!
¡Daría mi vida entera
para dejar a las generaciones venideras
un modelo viviente
de lo que significaba
ser un discípulo genuino!

Tenía los pulmones enfermos
y a menudo la sangre
manchaba mis pañuelos al toser.
Pero, sin que eso me detuviera,
luché como un demonio,
con cada fibra de mi ser.

El maestro Toda
percibió mi entrega
y me advirtió:
“¡Daisaku!
¡Vas a acabar con tu vida!
¡Estás tratando de morir por mi bien!
Pero no es eso lo que quiero.
¡Quiero que sobrevivas!
¡Yo daré mi vida a cambio!”.

El mentor
atesoraba a su discípulo
con toda el alma;
el discípulo
amaba a su maestro
con todo el corazón.
La nuestra fue una saga sublime
de sucesor y maestro.

Fue el Mahatma Gandhi quien dijo:
“Un discípulo es
más que un hijo.
Ser discípulo
es haber vuelto a nacer”.
[5]

Ser discípulo de mi maestro
era mi orgullo.
Poco me importaba que otros
reparasen en mí
o supieran de mi esfuerzo.
Yo arremetía
con la certera dignidad
de estar practicando rectamente
la suprema enseñanza budista
y de luchar con alma y vida
bajo la guía
de mi sublime maestro,
del kosen-rufu el gran mentor.

No tengo nada que reprocharme.
No tengo, absolutamente,
nada que lamentar.
Pues luché en cada contienda
hasta el mismísimo final,
manteniendo con fidelidad
la ruta de maestro y discípulo.
¡He triunfado!

Una vez, cierto día,
caminaba junto a mi mentor
bajo la lluvia torrencial,
sin saber cómo resolver
la crisis que nos afligía.
“En el futuro”,
prometí,
“compraré un vehículo
para poder transportarlo.
¡Y me ocuparé
de que la Soka Gakkai
sea dueña de sus propios edificios!”.

El maestro Toda asintió en silencio,
con los ojos anegados en lágrimas.

Y juré:
“Saldaré todas sus deudas.
¡Y me ocuparé de todo,
para que usted pueda conducir
el kosen-rufu
como presidente
de la Soka Gakkai!”.

Enfrentamos dificultades
agobiantes,
interminables,
indescriptibles.
Fueron días de borrascas,
de océanos embravecidos,
de no saber jamás
qué nos depararía el mañana.

Y todo ese tiempo,
el mentor tuvo fe
en su único y auténtico discípulo.
Desplegando las alas
de su colosal visión del kosen-rufu,
compartió sus sueños
uno tras otro
y me encomendó su realización.
“¡Hagamos que la Soka Gakkai
tenga su propio diario!”, propuso.
“¡Fundemos una universidad,
la Universidad Soka!”, señaló.
¿Qué gloria más inmensa puede haber
que merecer la confianza absoluta
de nuestro mentor?

¡Y, oh, por fin llegó
el día de la asunción
del maestro Toda
como segundo presidente
de la organización!
¡Tres de mayo de 1951,
bañado en la flava luz del sol!
¡El triunfo del maestro
fue el alborozo supremo
del discípulo!

El maestro Toda
anunció su determinación:
llegaríamos a las setecientas cincuenta mil familias.
Hacer realidad ese compromiso
pasó a ser, entonces,
la promesa de mi juventud en llamas.

¡Qué inmensas son las expectativas
que deposita un maestro
en su discípulo verdadero!
Así pues,
con el inflexible amor
con que enseña un león
a sus crías a sobrevivir,
el señor Toda
día a día
me forjó estrictamente,
con riguroso y compasivo amor.

La lucha era, para mi maestro,
veinticuatro horas al día.
En incontables ocasiones,
me hacía ir a su casa
en mitad de la noche
y al instante corriendo yo iba,
presuroso como un halcón.

Cuando me tenía a su lado,
nos sentábamos a planificar
el futuro triunfo de nuestro movimiento
—los dos y nadie más—
con la postura de trabajar
“para asegurar la victoria
a mil millas de distancia”.
[6]

Me encomendaba
los retos más difíciles.
“¡Si eres mi discípulo,
triunfarás!
¡Es la victoria lo que espero!”.
Jamás había una palabra de alabanza
o un gracias por mis esfuerzos,
porque la marca de un discípulo auténtico
es triunfar en todas las batallas.

Yo luchaba sin desmayo,
sin aliento,
consagrando por entero
mi devoción abnegada.
En Kamata, Bunkyo y Sapporo,
en Yubari, Yamaguchi y Osaka,
en cualquier lugar donde yo fuera
invariablemente izaba
banderas triunfales
en cantidades insospechadas
y siempre batía nuevas marcas
en bien del kosen-rufu.

Dijo mi maestro
a un pequeño grupo de máximos líderes:
“Cada sitio donde he enviado a Daisaku
ha logrado un tremendo crecimiento
y ha conquistado una asombrosa victoria.
¡Miren esa prueba real!”

¡Cuando avanzan
junto a su mentor,
su vida se enciende
de pasión y de energía!
¡Cuando piensan
en su mentor,
se sienten audaces,
se sienten fuertes
y son capaces de extraer
una sabiduría sin fin!

El maestro Toda lanzó una lucha
para establecer la enseñanza correcta
y sentar en la tierra las bases de la paz;
quería que todas las personas pudieran gozar
de vidas felices y seguras.
La suya fue una justa implacable
contra la naturaleza diabólica
de la autoridad,
reflejo exacto
de las palabras del Buda:
“Así como las montañas
se depositan sobre montañas,
y las olas secundan a las olas,
las persecuciones se suceden
unas a otras
y las críticas se suman a las críticas”.
[7]

En el estío de 1957,
grandes persecuciones se abatieron
sobre la Soka Gakkai:
al norte,
la cuestión con el sindicato
de mineros de Yubari;
al oeste,
el incidente de Osaka.
El joven guerrero
hizo reverberar
en la tierra septentrional de Hokkaido
un himno exultante a la victoria del pueblo,
antes de comparecer
en el destacamento policial
para ser interrogado en Osaka.

Jamás olvidaré mi escala en Tokio,
—en vuelo a Kansai—;
allí, en el aeropuerto de Haneda,
me esperaba mi frágil mentor,
ya enfermo,
nueve meses antes de morir,
para decirle a su discípulo,
enfrentado a un presidio casi seguro:
“Si, por algún motivo,
tú murieras,
yo correré a tu lado,
me arrojaré sobre tu cuerpo,
y contigo moriré”.
¡Qué palabras tan nobles y apasionadas!
Así es el corazón del mentor…

Por dentro, lloré.
Y decidí rotundamente
impedir que las autoridades
pusieran un solo dedo sobre mi mentor.
Arrestado por cargos fraguados,
dejé que recayera en mí
el peso íntegro de la opresión.

Pero el discípulo demostró
la integridad del movimiento soka
ante los ojos del mundo:
unos años después de que muriera mi mentor,
en enero de 1962,
me presenté en los tribunales
y escuché
el veredicto de mi inocencia.

La fe en el budismo del Daishonin
significa una vida orgullosa y noble
dispuesta a asumir la total responsabilidad
del kosen-rufu,
que es, de todas,
la misión más importante.
Es una vida sin lugar para reproches.

Seguro de mi victoria,
mi maestro,
un gran combatiente de este mundo,
proclamó que todas las mentiras
serían refutadas
y que todas las falacias
producto de la envidia
quedarían expuestas a la luz.

Muchos de los discípulos
que adquirieron cierta fama
sucumbieron a la codicia
y abandonaron a nuestro mentor.
Algunos llegaron a ser legisladores
gracias al sincero apoyo
de los compañeros de Gakkai;
otros, a ocupar altos cargos
en la organización,
pero sin embargo, así y todo,
mostraron su naturaleza cobarde
y su falta de honor
abandonando a su mentor
y pagando su inmensa bondad
con la ingratitud más repugnante.

Mi mentor a menudo decía:
“El discípulo que se une a las filas
de los soberbios y arrogantes
no es un mal discípulo,
sino un enemigo traidor”.

De los discípulos principales del Daishonin,
Nikko Shonin fue el único que preservó
la corriente pura de sus enseñanzas.
Los otros cinco sacerdotes de alto rango
sucumbieron a la corrupción.

Durante la Segunda Guerra Mundial,
temerosos de la represión militar,
muchos líderes de Gakkai
se retractaron de su fe.
Sólo el señor Toda
fundió su corazón
con el de su mentor,
dos en uno,
y se puso de pie resueltamente
a proteger la Ley.

Desde el momento en que conocí al señor Toda
a los diecinueve años
y lo adopté como gran mentor
hasta el día que falleció,
siempre le presté servicio
fielmente,
sin apartarme de su lado,
sin una jornada de descanso,
desde las horas del alba
hasta mucho después de que se pusiera el sol.

Mientras apoyaba a mi maestro,
que ponía el pecho a contiendas
realmente formidables,
también construí las bases
del actual desarrollo admirable
que ostenta la Soka Gakkai.
Este,
quiero proclamar sin rodeos,
es el verdadero camino
del maestro y el sucesor.

Ahora,
a los jóvenes les confío
la ruta de los genuinos discípulos
de las futuras generaciones,
pues esta es la fórmula
del desarrollo grandioso y permanente.

Enfrentado al ataque encarnizado
de los tres enemigos poderosos,
de todas las formas y modos concebibles,
superé cada uno de los obstáculos
y obtuve la victoria total,
con la esperanza de ver
el rostro sonriente de mi mentor,
cada vez que hubiera triunfado.

Por eso, para mí,
los días que pasé
junto a mi eterno mentor,
el señor Toda,
compartiendo sus dichas y pesares
y creando la historia,
están teñidos con el color de la victoria
y refulgen de esplendor deslumbrante.

¡He logrado la victoria decisiva!
¡He triunfado sobre todo!
He aquí el testamento
del poder de la fe
y el poder de la práctica
del discípulo y el mentor
que comparten un mismo juramento.

¡Ah, cada día y cada hora
que pasé con mi maestro venerado…!
Todos ellos son para mí,
sin excepción,
sublimes recuerdos dorados.

Mi maestro
fue un gladiador del budismo,
un campeón de la batalla,
un paladín de la verdad.
Fue también, por cierto,
un hombre de inmenso saber
y un verdadero conductor del pueblo.
En los meses y días que pasé
al lado de este campeón sin igual,
pude escribir una historia inmortal
jalonada con las hazañas de mi juventud.

Mi amado mentor
fue un hombre de enorme estatura espiritual.
He sido sumamente afortunado.
Es cierto que
tanto el discípulo como el mentor
con toda certeza gozarán
de una vida de eterna felicidad
y de indestructible victoria,
siempre luminosa y espléndida,
en existencia tras existencia.

Pensando en mi mentor,
y de él hablando,
el mundo me lancé a recorrer.

He cumplido todas mis promesas.
Con la semilla de las ideas
de mi mentor,
hice árboles imponentes y altísimos,
de verdes ramas
y de fronda exuberante,
cuya copa toca los cielos.

Los centros comunitarios de la Soka
se han convertido
en nobles fortalezas de la gente anónima;
hoy se yerguen en cada rincón del mundo
en cantidad asombrosa.
Nuestro diario, el Seikyo Shimbun,
es reconocido como un gran bastión
del periodismo intachable.
La Universidad Soka y las escuelas Soka
son sublimes ciudadelas de la educación
que cosechan, en todas partes,
admiración, respeto y aplausos.

La Soka Gakkai,
que el maestro Toda consideraba,
en su fuero interno,
más importante que su propia vida,
se ha convertido en un gran movimiento
de paz, cultura y educación
presente en ciento noventa
países y territorios;
es una proeza que brillará por siempre
en los anales del budismo…
¡no!: ¡en la historia de la humanidad!

Se ha cumplido el vaticinio de Shakyamuni
sobre el kosen-rufu mundial
y la predicción de Nichiren Daishonin
sobre la “transmisión del budismo
hacia el Oeste”.
[8]

Como bien saben,
ha comenzado a fulgurar con energía
una nueva alborada de paz
para todo el género humano:
¡es la suprema visión del budismo
conocida como el kosen-rufu mundial!

Soy graduado
de la “Universidad Toda”,
donde había un solo profesor
—mi mentor, Toda—
y un único alumno: yo.
Fue toda una década
de estudiar juntos
los más diversos temas.

Como egresado de la “Universidad Toda”,
al día de hoy he recibido
más de doscientos títulos académicos
de universidades e instituciones
del globo entero,
junto a cuatrocientos sesenta premios
que me acreditan como
ciudadano honorífico.
Las figuras más eminentes
han elogiado este logro
como una hazaña
sin precedentes en nuestro mundo.

Todos estos galardones
son tributos a la victoria
de mi amado mentor,
el maestro Toda.

El triunfo del mentor
es la victoria del discípulo.
La victoria del discípulo
es el triunfo del mentor.

La persona que,
a lo largo de su vida,
dedica su existencia por entero
a servir a su mentor
se convierte en el siguiente maestro.
Esta es la fórmula invariable
del budismo;
así de inseparables son los lazos
que unen al maestro y al sucesor.

Nada puede igualarse
al camino de maestro y discípulo.
Sin un mentor en la vida,
caemos enseguida en la estupidez.
Sin un maestro en la vida,
nos tornamos fácilmente egoístas,
caprichosos y engreídos.

Así como vemos
a los padres educar a sus hijos
en el seno familiar,
invariablemente en la sociedad humana
vemos a los docentes
formar a sus alumnos
y vemos a los mentores
forjar a sus discípulos.
Así, de este modo, ha acontecido
en cada campo del quehacer humano
desde el tiempo inmemorial.

Por fin, he saldado
la deuda contraída con mi mentor
en esta existencia.
En todo momento,
hay en mi corazón
un maestro Toda
sonriente y luminoso.
Aun hoy, día tras día,
mantengo un diálogo íntimo
con mi mentor y le pregunto:
“¿Qué haría usted en mi lugar?”.

Por tenebroso que sea el momento,
cada vez que pienso en mi gran mentor
veo abrirse frente a mí
un camino,
iluminado por un potente rayo de luz.

¡Ah!
El mentor es un espejo.
El mentor es la esperanza.
El mentor es la fuerza.
Cuando el maestro viva
en nuestro corazón,
jamás dudaremos.
Cuando el maestro viva
en nuestro corazón,
jamás seremos derrotados.

¡Ah, mi amado mentor,
el señor Toda!
¡El mejor maestro del mundo,
el señor Toda!
¡Mi eterno mentor en la vida,
el señor Toda!

Su discípulo, Daisaku Ikeda,
ha triunfado espléndidamente.
En el cantar de mi vida
sobre la inseparabilidad
de discípulo y maestro,
yo he dejado escrita
una historia inmortal.

Mi compromiso
con la ruta de mentor y discípulo
es cada vez más poderoso.

¡Hoy, una vez más,
avanzo por el noble y recto camino
de la propagación de la Ley Mística!
Jamás daré lugar
al arrepentimiento en mi vida.
Con audacia vibrante,
seguiré escribiendo en trazos de coraje
la crónica de mis
valiosas proezas triunfales.

Pues así es
el camino del budismo.
Pues así es
la ruta de discípulo y mentor.

4 de febrero de 2007,
primer día de la primavera,
[9]
conmemorando el 107o natalicio
de mi maestro Josei Toda.
[10]

En el Salón de Maestro y Discípulo,
sede central de la Soka Gakkai.

Daisaku Ikeda


(Traducción del original en japonés publicado el 6 de febrero de 2007 en el Seikyo Shimbun, diario de la Soka Gakkai.)

[1] Véase Sutra del loto, cap. 7, pág. 140.
[2] The Writings of Nichiren Daishonin (WND), Soka Gakkai, Tokio, 1999, vol. 1, pág. 33.
[3] WND, vol. 1, pág. 391.
[4] Fuji Nikko Shonin Shoden (Biografía detallada de Nikko Shonin de la escuela Fuji), Tokio, Seikyo Shimbunsha, 1974, vol. 2, pág. 261.
[5] Gandhi, Mahatma: The Collected Works of Mahatma Gandhi (Obras completas del Mahatma Gandhi), Nueva Delhi, División de Publicaciones, Ministerio de Información y Comunicaciones, Gobierno de la India, 1966, vol. 20 (abril-agosto de 1921), pág. 370.
[6] Véase WND, vol. 2, pág. 391.
[7] WND, vol. 1, pág. 241.
[8] Transmisión del budismo hacia el Oeste: Nichiren Daishonin predijo que su budismo del Sol se difundiría desde el Japón hacia Occidente; así pues, regresaría a las tierras de las cuales originariamente se había transmitido, para diseminarse al mundo entero. Por ejemplo, en Sobre la profecía del Buda, leemos: “La Luna aparece por el Oeste y proyecta su luz en dirección al Este, pero el Sol asoma por el Levante y proyecta sus rayos hacia el Poniente. Lo mismo puede decirse del budismo. Se propagó de Oeste a Este en los días Primero y Medio de la Ley, pero viajará de Este a Oeste en el Último Día”. (Véase WND, vol. 1, pág. 401).
[9] De acuerdo con el calendario lunar.
[10] Josei Toda nació el 11 de febrero de 1900.

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